Por Jaime Masó Torres
Por disímiles razones, creemos firmemente que la verdadera muerte es el olvido. El periodista y escritor francés François Mauriac opinaba al respecto: “La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente.”
Por eso, al cumplirse este 16 de julio el aniversario 22 del fallecimiento de Celia Cruz, preferimos hablar de La Reina en presente, omitiendo toda frase lapidaria de dolor. ¿Acaso no es contradictorio recordar con tristeza a una mujer que dio—y sigue dando—tanta alegría con su música?
Celia fue y sigue siendo sinónimo de perseverancia y fuerza: en ella se inspiran cientos de muchachas en Latinoamérica y otras partes del mundo que, ahora mismo, sueñan con cantar y ser mujeres empoderadas, desafiando el machismo y todo intento de discriminación.
Celia sigue conectando con los jóvenes: quienes la descubren quedan fascinados con su estilo y excelencia interpretativa. Ahí están las entrevistas y reels challenge recreando sus frases, improvisaciones y temas icónicos.
Celia sigue siendo honrada: desde ser la primera mujer afrolatina en aparecer en una moneda de 25 centavos de la Casa de la Moneda de Estados Unidos hasta la reciente entrega de la Medalla de Honor del Congreso de la República del Perú, en el grado de Caballero, demuestra el agradecimiento de varios países a quien, sin dudas, se convirtió en embajadora de la música latina en todo a nivel mundial.
Veintidós años después de que aquella carroza tirada por caballos blancos recorriera la Quinta Avenida de Nueva York su voz sigue viva: en el alma de la gente, el cuero del tambor, en las manos del conguero, en los pies del bailador…

